El fascismo cotidiano
El fascismo cotidiano
(EL PAPUS, núm. 225, 9 septiembre 1978)
Frecuentemente tropiezo en periódicos y revistas con la afirmación de que ya no hay fascismo en España. En parte tienen razón. Del país han desaparecido las manifestaciones del fascismo folklórico, el partido único, los sindicatos verticales y la democracia orgánica. Y sin embargo, hay que decir que el fascismo continúa vivo, omnipresente y ambulante. Sólo si aceptamos que el fascismo se agota en sus formas externas, es posible negar su existencia.
Pero el fascismo es mucho más que desfiles y uniformes, que brazos levantados e himnos de charanga. El fascismo es una forma de vivir que se caracteriza por la inseguridad del ciudadano. Una inseguridad frente al poder, a cualquier tipo de poder, que se le impone como un hecho sin que sea posible la rebelión, sólo queda el derecho a la rabia y al berrinche, el pataleo.
Cuando uno llega a la tienda y encuentra la carne más cara, el pan a mayor precio o la leche con más agua, se halla ante actos fascistas. Cuando el Consejo de Ministros sube el precio del autobús, del metro, del tren, de la gasolina, cuando en un restaurante se sirve buey por ternera o lechuga sin lavar, cuando todo esto sucede es porque el ciudadano se halla a merced de la arbitrariedad, del capricho de un poder incontrolado, pero no incontrolable. Y todo eso, señores, es fascismo de la mejor cosecha. Es el fascismo que todos padecemos cada día, cada instante, y precisamente por ello, es un fascismo mucho peor de soportar que el pomposo de Hitler, Franco o Mussolini.
Por eso desde EL PAPUS decimos cada día que el fascismo sigue vivo. Porque somos conscientes de que una reforma política debe repercutir en la vida cotidiana de todos los ciudadanos, y si esa reforma política se pretende democrática debe posibilitar el control del poder, de todos los poderes. Del poder de Estado, sí, pero también del poder del jefecillo, del tendero, del policía, del maestro, del burócrata.
Solo cuando todas las actividades públicas sean controladas por todos los ciudadanos reconoceremos la muerte del fascismo. Mientra no llegue ese momento seguiremos afirmando que aquí se vive inseguro y rige la ley del más fuerte. Y a eso le llamamos simplemente fascismo.
Orgasmo de Rotterdam